Sobre el polvo de la historia. Dignidad y sentido en el Prometeo de Oteiza

Guillermo AGUIRRE MARTÍNEZ

Asentado el polvo que cubrió los campos de batalla e impedía discernir con claridad los límites de la barbarie de aquellos otros más propios de la bien o mal denominada civilización, Europa comenzaba a reforestar, aun con prados artificiales, sus maltrechos valores, sus ahora tambaleantes esperanzas en el seno de una sociedad donde la antigua cultura, la antigua e idolatrada cultura, trataba de encontrar el suelo necesario para brotar nuevamente. Al tiempo, dentro de un carrusel de homenajes y recordatorios, de apelaciones a la humanidad y a la obligación moral de no repetir la barbarie recién dejada atrás, un nuevo llamamiento invitaba a escultores de todo el mundo a presentar su ofrenda, su “Monumento al prisionero político desconocido” ante un altar rebosante de ídolos y hermosas flores crecidas sobre los vastos campos de sangre.

Corría el año 1952 y se presentaba en Londres un concurso que bajo esa misma proclama de “Monumento al prisionero político desconocido” había puesto en guardia a un sector amplio no sólo del arte sino de la política internacional. Se habló de oportunismo y de empleo de dicho alegato a favor de la dignidad humana como elemento de provocación por parte del eje occidental hacia la Unión Soviética y los Países satélite del Este, quienes se negaron en bloque a participar en el certamen. Lo cierto es que, pese a que la organización corrió a cargo del Institute of Contemporary Arts londinense, el director de este reconocido centro, Anthony Kloman, había alcanzado su cargo gracias a la ayuda de una serie de inversores americanos sospechosos de camuflar con este digno homenaje ciertos intereses pertenecientes al ámbito de la política. La guerra fría dominaba el panorama mundial y el arte continuaba siendo una herramienta fundamental para mover pieza de modo más o menos disimulado. El monumento vencedor se situaría, muy posiblemente con punzante intención, en la franja que delimitaba la Alemania del Oeste de la del Este.

Entre el elenco de escultores que presentaron sus maquetas al certamen se encontraban nombres por todos conocidos tales como Barbara Hepworth, Naum Gabo, Pietro Consagra, Alexander Calder o el inglés Reg Butler, quien se llevaría finalmente el premio entre un elenco de propuestas cuyo denominador común sería la completa deshumanización de la obra de arte. Cabe señalar que fue Herbert Read, prestigioso crítico y uno de los jueces de la competición, quien tuvo el acierto de asignar a todas aquellas esculturas que llegaron a la ronda final la hoy célebre denominación de “geometría del terror”. Efectivamente, aquello que con más urgencia se quiso manifestar en cada una de las propuestas no fue sino la angustiosa situación del individuo en un marco de opresión ejercida por parte de un hipertrofiado estado cuyos intereses acentuaban la discordancia entre el derecho y el deseo de libertad del ser humano y la necesidad de poder de todo órgano exclusivamente racional y, por lo tanto, antinatural.

Prometeo. Monumento al prisionero político desconocido, 1965

Prometeo. Monumento al prisionero político desconocido, 1965.
Fotografía: Cortesía Fundación Museo Oteiza.

Menos angustiosa pero igualmente delatora de un estado de carencia de libertad individual se presentaba la escultura de Jorge Oteiza bautizada con el inequívoco nombre de Prometeo. En ella, el componente de denuncia predominante en la gran mayoría de modelos quedaba aunado a la iluminación de un factor reivindicativo de la fortaleza moral del ser humano frente a todo medio constrictivo. Esta pugna desigual no dejaba de ser para el escultor guipuzcoano la lucha emprendida por una organización jurídica humana frente a una ordenación más sencilla y natural obligada a ver con inquietud cómo la primera, la organización jurídica artificial, se iba elevando demasiado del medio en el que crecía para atentar inicialmente contra las partes integrantes y finalmente, de manera trágica y necesaria, contra sí misma.

Ahora bien, el Prometeo de Oteiza no se agotaría con esta particular expresión del aludido conflicto existencial presentada al concurso londinense, sino que la maqueta inicial de 1952 cuya evolución natural cristalizaría en el conjunto que vemos arriba, se iría trabajando con los años por medio de diferentes modelos preparatorios, sufriendo una evolución encaminada a superar la aludida tragicidad del modelo inicial en pos de lograr una resolución del conflicto observable ya en la estela igualmente bautizada como Prometeo, levantada por el artista en 1965.

Esta doble respuesta para un mismo motivo escultórico se presentará no obstante como paralelo cauce seguido por las indagaciones estéticas emprendidas por Oteiza desde un periodo temprano de su producción. Dichas indagaciones dejarán una tendencia a desocupar la materia por una parte, a hacer del vaciado material el centro de gravedad de la composición, y por la otra un complementario interés en recuperar la densidad de esa misma materia a modo de sintomática reunión de aquellas polaridades enfrentadas en el propio individuo, en el artista también, quien a través de la obra logrará erradicar las tensiones anteriormente desveladas a modo de destino opresivo. Esta alteridad será precisamente la que podremos observar con la realización de los dos Prometeos que aquí presentamos.

Estela Prometeo, 1965

Estela Prometeo, 1965.
Fotografía: Cortesía Fundación Museo Oteiza.

En lo que concierne al ya aludido primer modelo, el realizado a partir de la maqueta que fue presentada al concurso de Londres, Oteiza dispondrá de dos columnas en paralelo erosionadas tanto en su tronco inferior como en el superior, de manera que los ejes centrales sobresalen denotando la tensión soportada por el titán, por Prometeo, encadenado como puede uno suponer a ambas columnas. Frente a este estado de esclavitud, los dos círculos que quedan a raíz de la unión de los troncos inferiores y superiores, darán a entender el encuentro de aquel orden natural sobre el que se asienta el ser humano, con aquel otro orden trascendental, encontrando el individuo su libertad en la conciliación de ambos. Podrá haber tormentos, persecución, opresión, desde luego, pero todo esto no logrará impedir que el individuo alcance su dimensión plena en el seno de aquellos marcos ajenos a toda sobreimposición artificial. En este sentido, cabe señalar, el Prometeo no es sólo el dedo acusador que apunta hacia una larga serie de elementos que denigran la dignidad del ser humano, sino un símbolo de victoria lograda mediante la reafirmación de aquellos espacios propicios para la resolución de los problemas esenciales del ser en detrimento de aquellas realidades concebidas de modo antinatural, especialmente cuando éstas coagulan en modelos de poder que tratan de atentar contra la paz del individuo.

Por todo ello, el paso natural realizado por Oteiza, el modelo en que estas últimas ideas quedarán reflejadas en su obra, será la mencionada estela de Prometeo, a través de la cual diferentes tensiones entre el individuo y su medio quedan resueltas de manera que cuanto se presenta frente a nosotros no es sino un bloque de piedra macizo, torso de Prometeo asentado sobre una tierra que viene a religar al hombre con el medio que le rodea. Este optimismo y confianza en el simple estar, en la feliz convivencia del ser con su sentir natural y trascendente, se mostrará ante nosotros como principal logro y reclamo alcanzado por el escultor, corolario de un arte que, habiendo alcanzado su plenitud lógica, pronto llevaría a Oteiza al abandono de su actividad escultórica en detrimento de una incipiente evolución arquitectónica.

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